| Descripción |
Nuestra píxida es un recipiente de doble fondo. La forma externa, un cilindro de paredes cóncavas, se apoya en tres patas que la elevan del suelo. Falta hoy la tapadera que la cubría. El interior, barnizado, es un anillo a su vez con una pequeña tapadera en el centro que protege un segundo recipiente interno con los dones más preciosos. Un Eros alado y desnudo, caballero sobre pantera o felino de cuya melena se agarra en la ascensión, protege este reino misterioso de los adornos y del perfume íntimo. Lleva en su mano corona de flores del jardín de los dioses. El exterior de la píxida está cubierto con una compleja escena del mundus muliebris. Evoca las fiestas de la boda, con la novia en el entorno de sus amigas. Es el reino mítico e idealizado de Afrodita.
Asistimos a las ocupaciones de la novia que, en compañía de sus compañeras y de una servidumbre ideal, recibe los regalos de boda. La preparación del tálamo de la desposada y su inquietud en la espera presidían la fiesta de los epaulia en la mañana del tercer día de las bodas. Es presumible que la novia sea la mujer sentada en un klismós o asiento con respaldo, sobre el que reposa su brazo indolente mientras que en la izquierda sostiene el espejo. En su hombro y en su brazo se apoya con levedad un eros adolescente y alado. Detrás de Eros, un alabastro de perfumes. A los pies de la señora, un pebetero o quemaperfumes de bronce, cubierto con tapadera cónica. Al reino de Afrodita convienen las ofrendas perfumadas. Ante ella, una mujer con la caja de las joyas entreabierta y una lebeta con cintas colgantes: vaso de boda con tapadera y con una esquemática figura alada. Este primer grupo nos resume el esquema multiplicado en el vaso: la ofrenda a la recién casada de los presentes nupciales.
En la escena siguiente la mujer, sentada sobre una arqueta de madera, mira con atención en el espejo su peinado ya compuesto. Delante, el cálato o cesta de mimbre, vacío. Tiene el pecho desnudo, pero el manto cubre vientre y piernas. Una amiga o sierva, tocada con gorro o sakkós, se acerca con cestas y vasos nupciales, regalos de boda que se acumulan en el tesoro doméstico. Detrás, un lutróforo, el alargado vaso de asas verticales con el agua purificatoria, que sirve para el baño de la desposada. En escueta silueta negra lleva figurado un demon alado. Sigue otra figura apresurada, que se retira y mira a la recién esposada, con cesta y lebeta nupcial en el cuenco de sus manos sacralizadas con largas cintas. La silueta de una figura femenina que vuela se insinúa sobre la lebeta. Eros, adolescente desnudo, sentado sobre su propio manto en una roca, también mira hacia la esposa en su gineceo. Tiene a sus pies un quemaperfumes y recibe, como divinidad o demon amoroso, las ofrendas de una mujer de pie ante él: una cestilla, tal vez de mimbre, y una bujeta que ajusta bien una tapadera con remaches. Es Eros mediador de espacios, trasegador de dones y perfumes.
A la mujer, o a una de sus compañeras, la vemos, por último, sentada en una cesta, mientras examina con atención un collar que sostiene con ambas manos. A ella se acerca presurosa una de sus criadas o amigas, acercándole una lebeta o vaso nupcial y una caja. Detrás, otra mujer, con el torso desnudo y un espejo en su mano, la contempla.
Una larga tradición vincula la píxida a las escenas de boda. Son multitud los personajes femeninos que portan presentes a la novia y atienden los pormenores rituales, con la asistencia del demon del amor. A la intimidad del gineceo se asoma, desde un exterior impreciso, Eros intermediario y ubicuo. Agua purificatoria y cintas que son vínculos sagrados, coronas y ramas en flor, ungüentos y perfumes quemados.
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